EL ESTALLIDO DE LA CONCIENCIA

MARZO DE1978                                                                     7803S1

Después de trabajar cinco años como estilista de peluquería en la ciudad de Nueva York, llegué a aburrirme de todo. Mi vida era excitante. Estaba soltero, disfrutaba de la vida en este plano físico y tenía muchas diversiones, pero algo faltaba y no sabía qué era. La oficina de reclutamiento estaba frente a mí, y comencé   considerar enrolarme en la milicia. Un tiempo después, me enrolé por tres años. ¿Fue esto un error o una guía interna?.

Me inscribí para el entrenamiento en electrónica y seleccioné un programa que estaba muy por encima de mi capacidad. Tomé el curso más largo con la idea de permanecer el mayor tiempo posible en los Estados Unidos, pero también era el curso más difícil. Luego de nueve de las treinta y dos semanas de curso, no pude vivir conforme al contrato que había hecho con el Tío Sam; entonces el Tío Sam dijo que necesitaba de mí en otro lugar. Fui enviado a un entrenamiento avanzado de infantería en Fort Polk, Louisiana. Después de este singular entrenamiento, fui enviado a la asoleada Viet Nam. ¡Estaba asustado, claro que sí!.

Tenía la fantasía de regresar inmediatamente, en el mismo 707 que me llevaba a mi destino, pero no fue asi  revisar cambios efectuados. Me encontré en un ambiente que parecía un campamento para turistas. Después de una semana de entrenamiento en la selva, fui enviado a un campamento regular, la 101 División de Airbone, y me llamaban novato porque no había recibido un entrenamiento intensivo. Nunca había saltado de nada, excepto de los guacales en Brooklyn, y esta gente estaba saltando de torres, aviones, helicópteros, y de sacos de arena. Yo los ignoraba tanto como podía, pero  pensaba que eso también era divertido.

Después de viajar alrededor de Phu Bai en el norte, comencé a tranquilizarme un poco y decidí que la manera más rápida de salir de Viet Nam era conseguir que me hirieran. Entonces, durante los ataques, comencé a levantar mi mano o pie y a decirle al enemigo que me hiriera allí, pero ellos no me acertaban.

Un día, mientras vigilábamos un puente sobre el río Perfume, un monje budista caminó hacia mí mientras yo limpiaba mi aparejo y comenzó a hablarme en inglés. Me preguntó si me gustaba su país y le dije que yo no era un turista. No recuerdo mucho de la conversación, sólo que me invitó a conocer su templo. Le dije que no tenía tiempo y que, personalmente, no estaba interesado en ir a ver ninguna clase de iglesia. Sin embargo, tres días después, volvió a encontrarme e insistió en que visitara el templo. Le grité al sargento pidiéndole permiso, estando casi seguro que me lo negaría; pero no fue así, me lo permitió. ¡Deberían haber visto mi cara y oído mis pensamientos!.

Tomé mi arma y a dos compañeros. Al momento de entrar al templo, vi una escultura de Buda de cinco pies de altura y a cuatro pies del piso. Estaba llena de paz y de calma. “Así que ellos reverencian a Buda tal como nosotros reverenciamos a Jesús, la di da dá.” Me preocupaba cuántas guerras habían comenzado sus seguidores al igual que los seguidores de Jesús. Esa era la idea que rondaba en mi cabeza. Más allá del templo había un pequeño jardín con pequeños árboles colgantes y todo rodeado por un muro de estuco de ocho pies. Tomamos té. ¿Qué esperaban?. La única conversación que puedo recordar fue la pregunta que me hizo sobre cuál era mi religión. Le dije que yo era un católico no-practicante. No detecté ninguna reacción y él continuó su conversación. Me preguntó por mi nombre y dirección y le di una dirección falsa. Al irnos, uno de mis compañeros quiso destruir el templo. Esto me incomodó y lo impedí. Yo sentía que este hombre había encontrado algo y que nosotros no debíamos interferir en su paz, cualquiera que ella fuese. Nos mudamos de esa zona y nunca más le volví a ver o volví a oír de él hasta que me mudé a Inverness, Florida. Más de esto, después.

En la noche del 17 de Agosto de 1968, estaba muy incómodo. Dormíamos en seis pulgadas de barro y ocasionalmente, recibiendo fuego de los francotiradores. Sabíamos que en la mañana deberíamos enfrentar al enemigo.

Llegó la mañana. Una patrulla se movió sobre el flanco izquierdo, otra comenzó a avanzar a través del caserío, y nuestra patrulla se movió sobre el flanco derecho. A dos “cerezas” (nuevos reclutas) se les dijo que avanzaran, pero yo me ofrecí de voluntario en su lugar (¿inspiración interna o error?). Sabía que la parte más difícil sería conseguir avanzar a través de la línea de árboles que corría perpendicular al rectángulo que formaba el caserío.  Buscando las trampas de cuerpos, avancé a través de la línea de árboles y caminé cerca de veinte pies. Giré para hacer señas al resto de mi patrulla y me disponía a seguir avanzando cuando algo explotó detrás de mí. Sentí una punzada en la espalda y un fuerte timbre en mis oídos. Esperaba un asalto terrestre. No podía encontrar mi rifle. Todo me parecía extrañamente tranquilo.

Algunos compañeros vinieron a mí y alguien gritó, “ ¡médico!.” Estaba sobre mi espalda y el médico me puso una inyección. Mi uniforme de campaña se me salió por las rodillas cuando intentaron levantarme. La parte de atrás de mis pantalones estaba totalmente deshecha. En dos minutos llegó un helicóptero y me pusieron en camino a una unidad MASH.

En la unidad MASH estaba consciente y curioso por ver qué daño había sufrido. Mi morral había salvado mi espalda, pero mis glúteos y la parte de atrás de mis piernas estaban en muy mal estado. Alguien intentó evitar que me mirara las heridas y fui rudo en mi reacción. Me dijeron que había mujeres presentes (enfermeras) y dije lo que pensaba de ellas si interferían con aquello que quería ver. Me pusieron otra inyección y  desperté tres días después lleno de vendas.

Salvatore Cacciola

 Continuación  Parte II

Volver