LA HISTORIA DE DAVID

Primavera de 1978 (actualizada 2000) 


 

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Cada historia tiene su comienzo y mi historia comienza hace cincuenta  y cinco años, en mi primera infancia.  Crecer en una familia mística fue ciertamente una experiencia única y que me condicionó a aceptar como normal aquellas cosas lo cual la mayoría de la gente considera anormal.

Posteriormente ahondaremos en más detalles de mi propia vida, pero ésta es la historia de David.

No puedo recordar con seguridad la primera vez que vi a David, pero lo más temprano que puedo recordar fue cuando tenía cuatro o cinco años.

Le vi recostado en la esquina de mi habitación, sus manos colgando y sus ojos cerrados. Aún a esa edad, podía distinguir entre gente física y no física y me di cuenta de que no era una persona ordinaria. Sin embargo estaba más bien perplejo con su persona en mi habitación, de modo que salí de la cama, fui al cuarto de mi abuela y le hablé sobre el hombre que estaba en mi habitación. Insistía en saber quién era: “No te preocupes, querido, es sólo tu guía”, fue la respuesta de mi abuela. Por supuesto fue muchos años después cuando entendí lo que era un guía, pero por el momento, decidí dejar que el extraño permaneciera en la esquina.

Al contrario de otros guías, el mío nunca escogió jugar conmigo, más bien sólo estaba allí para cualquier momento en el que quisiera verlo. No tenía ningún nombre para él ni sentía que requiriese de uno.

Mientras crecí, ocasionalmente me hablaba en respuesta a mis preguntas y nuestra relación creció mientras el tiempo corría. Recuerdo que entonces, como ahora, él nunca interfirió o criticó mi vida, sino que respondía a mis interrogantes, aunque no siempre claramente.

Fue en 1963, cuando desarrollamos lo que yo llamo una relación de trabajo. Yo era el asistente de un científico famoso y durante una conferencia en una muy conocida universidad del Este, al final de la exposición, en el período de preguntas y respuestas, mi jefe se volvió hacia mí con solamente la frase: “Mi asistente Dr. Rebeck responderá sus preguntas”, y desapareció del escenario.  Naturalmente no había prestado atención durante la conferencia y en realidad no entendía los conceptos avanzados que se habían cubierto.  Las primeras pocas preguntas fueron fáciles y, justamente, cuando mi ego comenzaba a elevarse, se me hizo una pregunta que con toda seguridad yo no podía responder. Qué hago,  pregunté mentalmente, y así de rápido, mi guía me susurró al oído y dijo: “Dile esto y esto.” No teniendo más alternativa, le di la respuesta que había recibido, y para mi sorpresa, el hombre que formuló la pregunta, me dio las gracias y se sentó. Desde ese momento hasta la actualidad he podido mantener de esta forma una comunicación abierta: mi guía respondiendo las preguntas que formulo en mi mente, como su susurrara en mi oído derecho.

El vínculo de la clariaudiencia fue sólo la primera de las muchas etapas de desarrollo entre mi guía y yo. A mediados de los sesenta, estaba en mi misma cátedra de circuitos, y de pronto experimenté una relación con mi guía en la que él y yo podíamos correlacionarnos en mi ser y proveer una habilidad de exposición más efectiva. Nadie sospechó jamás en aquellos días que éramos dos a exponer, ¡y ciertamente no lo dijimos!. Encontré que mi guía podía sentir a la audiencia y comprender los tópicos mejor que yo. Formamos un equipo de mucho éxito, hasta el punto de recibir mil dólares en pago por la cátedra, en la misma universidad donde comencé.

Mientras continuaba mi carrera y mi desarrollo espiritual, encontré en mi guía una importante fuente de información que normalmente no estaba disponible para mí. Mi guía nunca me dijo qué hacer ante ninguna situación ni presionó sobre mí sin mi petición consciente. Continuamos de esta manera hasta 1976. Hasta este entonces, él era mi guía, pero no le tenía ningún nombre. Comenzando en el setenta y cuatro o el setenta y cinco, me di cuenta que mucha gente insistía en llamarme, erróneamente, David en vez de Richard, y esto alcanzó un pico en el setenta y seis. Hasta mi esposa se sentía impulsada a llamarme David.  Sintiéndome algo frustrado, medité sobre el tópico  y finalmente dije: “¿Quién es David?.” Mi guía simplemente dijo:” Yo soy”, y así, después de treinta y cinco años, encontré que tenía un nombre.

Hoy, David y yo hemos desarrollado un tercer tipo de relación en la que él toma mi cuerpo y yo me salga. Él puede trabajar con los ojos abiertos y puede mover mi cuerpo a deseo. En la próxima entrega contaremos la historia de cómo esto se desarrolló y qué sucedió después.

 

Parte de esta cuento ha sido dictada por David.

Continuación
Parte  II
 

 

Richard C. Rebeck
 

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